Cuando Elizabeth II de Inglaterra hizo recuento del año 1992 concluyó que el calificativo adecuado para tal período era el de “horrible”, ya que, tras repasar los eventos y circunstancias vividas en el Reino Unido en aquel entonces, dijo, no podía llegarse a otra conclusión.
Aquí, después del primer año de ver un deleznable comportamiento presidencial jamás antes visto, dejamos de sorprendernos y, al segundo, abandonamos los aspavientos para repudiar el proceder del residente de Palacio Nacional.
No fue una imposición, un arrebato, ni tampoco un decreto escandaloso. Todos los días del sexenio, quien ostenta la banda presidencial, adoptó decisiones que jamás habríamos perdonado a un político de los otrora partidos de siempre. Hay todavía quien lleva la cuenta de las veces que ha afirmado cosas no sólo inverosímiles, sino abiertamente contrarias a la verdad, algunos dicen que son cientos, otros que son miles.
También hay quien dilapida su tiempo contabilizando las veces que insulta, denuesta o injuria a ciudadanos, a sabiendas de que éstos nada pueden hacer para enfrentarle. Se sabe rodeado de las fuerzas armadas y de miles de fanáticos dispuestos a ofender, amenazar o hasta violentar a quienes le dicen que abusa del poder.