lunes, 18 de agosto de 2025

La Lujuria... Opinión de nuestro Director General Néstor Raúl Avila Martínez

El desorden nunca ha sido promotor de paz, ni de crecimiento humano, ni de virtud, mucho menos de sabiduría. El desorden de la índole que sea, siempre nos llevará al desequilibrio, al vicio, al fracaso y al vacío de la vida. La sexualidad ocupa una dimensión central de la vida humana, es lo más sagrado que existe porque ha sido hecha para que el hombre participe y coopere en el acto creador de Dios.
Esa sacralidad puede perderse y convertirse en un desorden pecaminoso cuando el hombre, separado de las finalidades para la cual fue hecha, es decir, la procreación y la comunión conyugal.
La lujuria, en este sentido, es el goce del placer sexual moralmente desordenado buscado con fines egoístas fuera de los fines establecidos por Dios.
Si la lujuria representa el desorden, la castidad, por otro lado, representa el orden, el equilibrio, la paz y la virtud.
Si miramos a nuestro alrededor nos daremos cuenta que en todos los ambientes se están construyendo altares idolátricos que promueven el desorden sexual: la homosexualización de contenidos televisivos, en internet, la fuerte presencia de la ideología de género, la despenalización del aborto, el incremento de divorcios, el sexo libre entre adolescentes y jóvenes.
Urge educar a los jóvenes en la virtud y el orden de lo contrario terminaremos siendo habitantes de la “gran Sodoma” que, irremediablemente, camina hacia la destrucción.
El vicio de la lujuria en sus diferentes facetas (fornicación, adulterio, masturbación, pornografía,...) tiene muchas y graves consecuencias: la ceguera de la mente, por la que se oscurece nuestro fin y nuestro bien; la debilitación de la voluntad, que se hace casi incapaz de cualquier esfuerzo, llegando a la pasividad, al desánimo en el trabajo, en el servicio; al apego a los bienes terrenos que hacen olvidar los eternos; y finalmente se puede llegar al odio a Dios, que aparece para el lujurioso como el mayor obstáculo para satisfacer su sensualidad.
Es importante en la formación de las personas, sobre todo de los jóvenes, al hablar de la castidad, explicar la profunda y estrecha relación entre la capacidad de amar, la sexualidad y la procreación.
De otro modo, podría parecer que se trata de una virtud negativa, pues ciertamente una buena parte de la lucha por vivir la castidad, está caracterizada por el intento de dominar las pasiones.
En la vida hay que aprender a amar desde muy temprano. Aprender a amar es aprender a no buscarse a sí mismo, a dominarse para darse.
San Agustín confiesa que “desde muy joven sólo ansiaba satisfacerme a mí mismo... hervía en el deseo de fornicar”.
La castidad es una virtud universal: para hombres y mujeres, para jóvenes, adultos y ancianos, para cada uno según su estado de vida particular.
La lujuria es el nombre genérico de los pecados contra la castidad, y de sus correspondientes malos hábitos o vicios.
Cuando una sociedad, comienza a ver normal los desórdenes en esta materia, y consentir este tipo de prácticas, hablamos de una sociedad permisiva y promiscua.
Desafortunadamente, cada vez son menos las parejas jóvenes que guardan la virginidad hasta el matrimonio y, menos aún, las que deciden establecer un compromiso serio y responsable dentro del matrimonio cristiano, a muchos les basta casarse en lo civil.
La moda es probar de todo, comprar y vender sexo, la unión carnal de cualquiera con cualquiera, porque simplemente se gustaron, porque se dio la ocasión o, porque estaban pasados de alcohol, esto es la corrupción moral del ambiente, en el que la castidad como virtud parece no ser apetecible, porque es más fácil dejarse llevar que dominarse.
Se ha difundido la idea de que toda forma de deseo sexual es tan natural, razonable y sana que el no satisfacerlo, es lo que llega a ser insano y contra la naturaleza.
Hace ya muchas décadas, el filósofo Chesterton anunciaba que, de seguir así las cosas, llegaría un momento en que lo más antinatural parecería natural, y lo más natural perecería antinatural (Rm 1, 26-27). A ese limite se está llegando en materia sexual, bajo un criterio falso de libertad. Una generación que prefiere el vicio y desprecia la virtud es signo de su nefasta corrupción.

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