El día del Grito
Los festejos por el inicio de la Independencia ya no se parecen a los de hace algunos años.
Antes se acudía al jardín principal con la plena confianza y la despreocupación de asistir a un evento casi familiar.
Lo único que provocaba cierta desconfianza era que cayera un aguacero nocturno y nos empapara.
Es verdad que había algunos desmanes, principal mente entre los líderes de los barrios bravos, que se peleaban entre ellos haciendo argüende; o algún pelado que ofendía a las damitas de bien que se mezcla ban con el populacho; o algunos empujones y mano seos despistados producto del apretujamiento de la gente, en fin, nada que no pudiera controlar el pelotón de policías barrigones que les tocaba cuidar el orden del evento.
Actualmente el día del Grito ha cambiado, y tal parece que tenemos que acostumbrarnos a verlo de esa forma.
Hace un año se comenzó a implementar un riguroso aparato de seguridad, nunca antes visto en nuestra anteriormente, tranquila ciudad.
La capital del Estado fue testigo, igual que el año pasado, de un fuerte blindaje de acceso al jardín Libertad.
Se colocaron vallas metálicas y arcos detectores de armas y explosivos en 5 puntos principales; las calles y las ban quetas lucían pletóricas de policías estatales, de soldados e infantes de marina que hacían rondines luciendo sus poderosas armas, sus relucientes toletes y sus discretos artefactos de gas lacrimógeno.
La atmósfera de inseguridad que vino de menos a más en los últimos años, modificó la vieja tradición familiar de asistir al famoso Grito.
Hoy tenemos que acostumbrarnos a los tiempos moder nos, a mezclarnos entre policías y soldados, pasar en forma ordenada y de uno por uno por los arcos detectores que antes solamente conocíamos en las películas.
Ya no son barrigones los policías, ni usan macanas de palo, tampoco usan las pistolas arcaicas heredadas de sus abuelos.
Hoy casi todos los elementos son atléticos y de una estatura que impone respeto; podemos percibir el olor de sus armas recién aceitadas, el rechinido de sus botas, las voces de mando a través de sus radios. Todo eso que antes veíamos como una fantasía en las series de televisión, y que hoy forman parte de la cruda realidad.
No obstante, el jardín se llenó igual que todos los años. Desde tempranas horas de la tarde, bajo un cielo despe jado y un clima agradable, comenzaron a llegar las clásicas familias del papá que lleva al pequeño en el cogote, los jóvenes con aspecto de estudiantes, los viejos con aspecto de viudo o de jubilado, los otros jóvenes con aspecto de “ninis”, los niños y niñas agitando banderitas y tocando sus estruendosas cornetas tricolores, las mamás solteras empujando carriolas e importándoles un cacahuate si gol pean tobillos para abrirse paso entre la multitud, los vende dores de papas fritas, las vendedoras de churritos de harina y palomitas de maíz. Todo bajo la mirada meticu losa del exagerado aparato de seguridad.
Así, a pesar de las circunstancias adversas, de la inse guridad que aparenta irse y luego resurge, a pesar de los pésimos gobiernos que hemos padecido los últimos años, la gente sigue asistiendo al evento de la misma forma candorosa como lo hacían nuestros abuelos.
Al pueblo lo mismo le da Chana que Juana, le viene valiendo gorro que los gobernantes sean del PRI o del PAN y que sirvan para maldita la cosa; a nadie preocupa en este día que la patria sea vendida al mejor postor, o que el salario mínimo esté por los suelos mientras la casta política gana carretadas de dinero.
Es el día del Grito y hay que festejar.
No sabemos a ciencia cierta si las ostentosas medidas de seguridad son tomadas para defender al pueblo o para defender la integridad de los gobernantes.
En el DF por ejemplo, la exploración fue tan meticulosa que revisaron con un detector de metales hasta los niños y los bebés, provocando una severa reacción en la Comisión de Derechos Humanos del Senado, misma que está prepa rando una investigación que indague el procedimiento de las revisiones a los menores.
Pero el comisionado Nacional de Seguridad, Monte Alejandro Rubido, justificó esta revisión con el cuento de preservar la seguridad de todos.
Ante esta situación, recuerdo una frase de mi abuela referente al uso de las armas, decía: “la pistola es igual de grande, al miedo que siente el que la carga”
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