Héctor Raúl Avila Vázquez
Ellos deben estar puntualmente a las seis de la mañana en el centro del trabajo.
Deben sacar a su lugar, los carritos que usan los clientes para acarrear sus mercancías.
Luego, recogerlos cuando el consumidor se retira.
Su labor se extiende a cuidar el estacionamiento, vigilar que no haya accidentes ante el arribo y despegue de los vehículos que sus conductores llegan a estacionarlos temporalmente.
La propina es su único pago, no tienen seguro social, ni prestaciones, mucho menos, un salario que les permita subsistir ante esta galopante crisis económica.
Se retiran entre once y doce de la noche, tras larga jornada laboral, en donde medio comen y medio descansan.
No son trabajadores de la empresa, pero son explotados como si lo fueran.
Obtienen de propinas entre 80 a 100 pesos, según la generosidad de los clientes y de la asistencia al establecimiento.
Son responsables directos en casos de pérdidas de productos que ayudan a depositar en cajuelas de los vehículos.
Si faltan al trabajo, es preámbulo de despido a las tres ausencias.
Para ellos no hubo noche buena ni habrá año nuevo feliz, tienen que trabajar hasta que cierre la tienda, 12. 30 de la noche o más tarde, pues tienen que barrer el exterior.
Ellos son los señores que en bodegas Aurrerá, con su silbato en la boca y franela en mano, “nos echan aguas” al salir del cajón de estacionamiento o nos indican en dónde hay lugar.
La explotación laboral que ejercen los gerentes de bodegas Aurrerá en Tecomán, pasa desapercibida para el titular de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social en el Estado, para el Comisionado en Derechos Humanos en el Cabildo tecomense y para e IMSS.
Esta navidad es para ellos como muchas otras, en plena jornada, en espera de recibir más propinas para tener una noche buena feliz, aunque no haya juguetes para sus hijos.
LAS ESTADISTICAS de enfermos por el dengue pasan a segundo término, cuando prevalece la falta de una previsión de la presencia del mosco trasmisor.
No es suficiente el abate ni la fumigación terrestre cuando el problema mayor lo tenemos en lotes baldíos, talleres mecánicos, llanteras, centros de acopio de chatarra, papel y plásticos y en parques y jardines vecinales desatendidos.
No son suficientes las acciones del personal de salud, cuando aún hay muchas familias que no se quieren despojar de sus cacharros y los conservan como reliquias, maceteros, neumáticos, botes, etc., permanecen en casa por meses o años y cada periodo de descacharrización, los esconden en casa, a sabiendas que son criaderos de las larvas del molesto mosco.
Una ocasión-insisto- el dueño de un hotel en Cuyutlán me comentó que el mejor y mortífero ataque al mosco trasmisor, es utilizar petróleo o diesel arrojado por una avioneta fumigadora.
Me aseguró que si funcionó aunque los exjefes de la SSA dijeron que no, porque daña el ciclo biológico de insectos, flora y fauna mayor...Buen día.
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